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TUNAE MUNDI
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TUNAE MUNDI

¡Anda tunero, tócame el clavelitos!

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Rafael Asencio González 


Supongo que en caso de interrogar a un tuno sobre el clásico “Clavelitos” pudieran escucharse numerosas batallitas en las cuales utilizó el antedicho como miñoca u carnaza de pesca amatoria; o tal vez un recuento aproximado de las miles de veces que la tocó mientras el pandereta de turno cumplía su oficio más socorrido; o quizá, también, hablaría del hartazgo que le provocaba le solicitasen la misma canción una y otra vez, como si no existiera en el mundo otra más allá del “Clavelitos”... de los cojones... con perdón.

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Yo seguramente diría lo mismo, siguiendo una u otra dirección según me pillara el día, si no fuera porque para este que viste (la dorada de galenos cordobeses) y calza (un 43), “Clavelitos” se encuentra indisolublemente asociada a cierto acaecer que me ocurriera hace muchos, muchos años... más de veinte... calculo:

Estando, digo, este menda y otros cuatro haciendo el “Camino de San Judas” (del Hotel Oasis a la Venta Mariano, o viceversa, lugares ambos de habitual parche para Medicina de Córdoba en tales fechas, y que distan no más de cinco minutos a música tacón), nos detuvo un caballero, en extremo cargado de joyas, solicitando de nuestra gentileza, piáramos a su esposa el “Clavelitos” en lucida serenata que pretendía ofrecerle, costara lo que costase.

Como estaba del destino e insistía el navarro se negoció con él una cifra alta, que fue aceptada sin más condición que iniciáramos el romántico arrullo interpretando el consabido “Clavelitos” y, que si era menester, la repitiéramos varias veces. Así se cerró el trato y se quedó con el interesado a la hora oportuna (coincidente con la de finalización del parche) para que nos llevara a la mansión de la serenatanda.

Puntual como la parca nos recogió en su coche, caro y ostentoso por demás, y nos condujo a la parte alta del Cerrillo... algunos o todos sentimos la fiera punzada del terror, pues debe indicarse a quienes no residen en la ciudad de la Mezquita que es este lugar donde se queman neumáticos aunque no cierre Bazán o Izar.

A la vera del portal comenzamos a trovar “Clavelitos”, arremolinándose en derredor una pléyade de criaturas antropomórficas... para mayor canguelo oímos como desde una planta superior resonaban unos alaridos infernales... y con sorpresa vimos como por cierta ventana asomaba su enorme cabeza un burro, que, ni que decir tiene, resultaba ser el autor de los chillidos, que entonces acertamos a identificar como rebuznos.

Con aires de tuna, libro en el que aparece este artículo de Chencho (enviado por su autor)Subimos a la casa. No había sillas, ni mesas, ni sillones. Sólo cajas de televisores, videos, radiocassettes, etc. Se dejó la puerta principal abierta y los vecinos entraban a chorro al reclamo del “Clavelitos”, acomodando sus posaderas sobre las antedichas cajas. Nosotros, más relajados, seguimos su ejemplo sentándonos también en cajas.

De cuando en vez alguno de los asistentes hablaba con el patrón de la casa (nuestro arrendador) y le sugería: “Entonces, ¿quedamos en x mil?”; el otro asentía y recibía la pasta, y el primero cogía una caja y se la llevaba. Alguno de nosotros hubo de levantarse pues fue su caja vendida. A mi me dio la impresión de haber sido contratados como atracción musical de un mercadillo de objetos robados (al menos allí no se entregaban facturas ni garantías de los bienes adquiridos), cuya banda sonora no era otra que “Clavelitos”.

Llegado el momento tocamos retirada mas, desde el portal, vimos como la gente de la calle nos había hecho pasillo, y por nuestras cabecitas rondó el presentimiento de que íbamos a ser linchados. Dije yo: “Clavelitos, vale, pero en pasacalles, fila de a uno, y a toda leche”. Mientras rompíamos el corredor por su centro la gente nos tocaba, nos metía las manos en los bolsillos... pensábamos “¿nos habrán robado todo, incluido el generoso importe del contrato?”... ¡no!, nos habían llenado los bolsillos de chocolate (y no de almendras precisamente), tanto, que cuando salimos en los coches paramos varios metros después y lo tiramos. Era tanto que resultaría imposible de justificar como “costo para consumo personal”. Y era su forma de decir que les había gustado... a nosotros también, ¡cómo no!

“¿Qué quieres que te toque Clavelitos?... Bueno... Voy a pensármelo... ¡Eso está hecho!... ¡faltaría más!”