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El General Riego, su lucha contra los franceses y la 'recompensa' dada por Fernando VII

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Félix O. Martín Sárraga


El único mérito del contenido de este artículo es haberlo rescatado del olvido en una hemeroteca española, pero su texto íntegro es fruto de la pluma de Augusto Martínez Olmedilla, que lo publicó en 1932 bajo el título de «El suplicio de Riego».

Entonces se pronunció así de este patriota español que luego recordaron tanto las Estudiantinas de la época:

«Cuando el pueblo español, loco de júbilo, tributaba ovaciones a Fernando VII, a su regreso del exilio, no podía imaginar la luctuosa etapa que avecinábase. 'El Deseado' no escatimó jamás la sangre de sus súbditos. Hablen, entre otros muchos, los nombres de Mariana Pineda, Torrijos, Flores Calderón, Riego... A este ultimo hemos de reacordar ahora.

General Riego - Estampa Madrid. 5111932Rafael del Riego era asturiano, de Santa María de Tuna, recibió educación esmerada. Por ser de hidalga familia, ingresó en el Cuerpo de Guardias de Corps. Intervino en la Guerra de la Independencia luchando contra los invasores. En la batalla de Espinosa de los Monteros cayó en poder del enemlgo y fué internado en Francia. Su permanencia en la nación vecina influyó poderosamente en su ideología y en su porvenir. Aprendió el idioma de Moliere, y pudo leer en su fuente a los grandes pensadores que coadyuvaron al triunfo de la Revolución francesa. La admiración que por ellos sentía tradújose en desvío hacia el déspota que sojuzgaba a España. Y se impuso la ardua tarea de redimir a sus compatriotas.

Había reingresado en el Ejército con el grado de teniente coronel del regimiento de Asturias. Nuestro imperio colonial comenzaba a desmoronarse. Para sofocar la rebelión de las regiones suramericanas formóse en Andalucía un ejército que en plazo breve debía embarcar. Riego marchó para incorporarse a las huestes expedicionarias.

Pero repugnábale la idea de contribuir con su esfuerzo a cohibir tendencias que eran las suyas, y arengó a sus compañeros, excitándoles a desistir del viaje, aplicándose, en cambio a restablecer la Constitución del año 12. He aquí la sublelevación de Cabezas de San Juan, primero de los pronunciamientos en que tan pródiga se muestra la Historia contemporánea española.

En vano tratan de oponerse al movimiento las tropas del absolutismo. El ambiente era propicio a las ideas de libertad. En Algeciras se escribe el "Himno de Riego" (febrero de 1820), y a su bélico son luchan los constitucionalistas contra sus enemigos. La Coruña y Madrid secundan el movimiento proclamando la Constitución. Toda España se adhiere jubilosa. Riego, después de una campaña por los campos andaluces, entra en Sevilla triunfador, y marcha a la corte, donde es recibido como un ídolo, después de atravesar España apoteósicamente.

El rey le acoge con fingida benevolencia y le concede el grado de mariscal de campo. Más tarde es elegido diputado a Cortes. Las multitudes lo aclaman por doquier, y el rey le ofrece un cigarro y le da palmaditas en el hombro. Las Cortes le eligen presidente. Pero Riego no era parlamentario y el prestigioso cargo no le va. El rey le odia y él lo sabe. Para corresponder, canta el "trágala " con sus edecanes en un palco del Teatro del Príncipe, coreado por el público.

Y en esto, la reacción se impone. La Santa Alianza se inquieta ante la actitud de los liberales españoles y ofrece sus buenos oficios a Fernando VII, que los acepta, y llama a los franceses en apoyo de sus ansias de absolutismo. El duque de Angulema pasa la frontera, y los cien mil hijos de San Luis penetran en España.

Riego, que estaba en Málaga, sale a combatir a los franceses de Angulema como antaño combatiera a los de Napoleón. El general Bonnemain lo derrota y tiene que ocultarse en un cortijo de la provincia de Jaén. Delatado por el cortijero, es preso y conducido a Madrid. Este viaje de ahora, febril, tumbado en un carro, escarnecido y apedreado por la multitud, contrasta con aquellos otros en que las mismas turbas le vitoreaban y aplaudían.

Apenas llegado a Madrid, fué condenado a la última pena. En vano el embajador inglés quiso oponerse. El 7 de noviembre de 1823 el general francés Verdier, con su estado mayor, situóse en la plaza, de la Cebada, donde patrullaban fuerzas de Caballería en previsión de posibles desmanes del populacho. Eran inútiles tales precauciones. Tocaban ahora a derribar al ídolo y lo escupieron, lo mismo que antes lo incensaban. Sobre un serón arrastrado por un burro fué conducido Riego al cadalso. Un batallón francés, al mando de Bessières, le daba escolta. El reo iba embrutecido, como idiotizado. Después de ahorcarlo se descuartizó su cuerpo. La cabeza fué llevada a Cabezas de San Juan, y sendos cuartos adornaron la picota en Madrid, Sevilla, Isla de León y Málaga.

General Riego su ahorcamiento - Estampa Madrid. 5111932

Ahorcamiento del general Riego

Cuando le dieron cuenta al rey de haberse cumplido en todas sus partes la feroz sentencia, Fernando VII dijo, muy alegre: "Ya no me importa que griten: ¡Viva Riego!". Los cortesanos que le rodeaban rieron servilmente el chiste. Esta y otras demasías espesaban el ambiente contrario al monarca.»

A la Estudiantina de entonces se la oyó gritar ¡Viva Riego aunque nos quiten la sopa!, en alusión a la desaparecida sopa boba... pero esa es otra historia. Honor a quién honor merece y memoria para quienes lucharon por la libertad en una España sometida a una férrea monarquía absolutista.

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Fuente (texto y grabados):

Estampa (Madrid). 05-11-1932.


Publicación: 24/01/16