El estudiante calavera anterior al siglo XX
Félix O. Martín Sárraga
Por la obra coescrita con Asencio González en 2014 sabíamos que se aplicaba el calificativo de calavera como "“apodo que se da a la persona de poco juicio, y así se dice: es un calavera” es en el Diccionario de la Lengua Castellana de 1780 (1), así como de "calaverada", de la que la fuente de 1780 indica que es la “acción desconcertada de hombre de poco juicio. Imprudentis hominis factum”, definiciones que se mantienen hasta el presente.
Ahora hallamos datos que amplían aquella definición. Un artículo firmado por I. F. de la Vallina que, bajo el título de "El estudiante calavera" decía lo siguiente en 1866 (2):
«Si no mienten las historias era este el tipo que en los buenos tiempos de las universidades daba animación al lugar del establecimiento, [y] quehacer a las autoridades; era el que robaba carcajadas en las tertulias, el amante de la patrona si era joven o de su hija si era vieja; y, no habiendo lugar a ninguno de estos casos, era por lo menos el amartelado adorador de la robusta fregona. No obstaban estas circunstancias para que hiciese la corte a cierta santurrona rica, ni era este impedimento alguno para que trovase a una joven recatada cuya casa tenía por precisión que ser muda espectadora de tal cual música acompañante de una voz apasionada, que encargaba a las brisas el cuidado de narrar los martirios al tormento. Nada decimos de las animadas y juguetonas comparsas, cuyos lances pudieran ser materia de volúmenes enteros.
Verdad es que algunas de estas cualidades, lo mismo que la divertida tuna que se corría en vacaciones, no eran exclusivas de este tipo, pero sí es cierto que en él encontraban su principal elemento...
[...]
¿En qué consisten las calaveradas de los actuales? [...]. El calaverismo de esta clase de estudiantes suele empezar por distinguirse con los peores en las clases, continúa por hacer alarde y ostenbtación de esta misma circunstancia y luego que entre los compañeros va tomando por lo mismo cierta distinción y superioridad, acapa por aparecer calavera no dentro de las clases como antes sino fuera del recinto de las mismas, en las calles, en los paseos, en las tertulias... Entonces empieza su verdadera campaña de gloria y allí es el apurar los ingenios para dar por resultado sonrisas de lástima y desprecio en unos, lágrimas de risa en los más.
[...]
Ante el desolador cuadro que presentan los calaveras ocurre una pregunta, este decaimiento del calaverismo en las universidades ¿[de]pende de las circunstancias especiales de sus individuos o es fruto de una [causa] estrínseca a que no pueden sobreponerse? Fácilmente se contesta a esta pregunta si se compara el an tiguo con el moderno estado de la estudiantina [interprétese como "conjunto de estudiantes"]. Establecidas antes las universidades en pueblos de escasa importancia, podía decirse que eran su único elemento de vida. Las tertulias, los teatros, todos los sitios públicos y gran parte de los privados estaban a su disposición. El espíritu de cuerpo [clase] que reinaba entre los estudiantes antiguos tanto como falta entre los modernos, lka unánime adhesión a cuantos proyectos buenos se presentaban ¿no contribuían a que el calaverismo se hiciese en mayor escala, y a que fuesen grandes los resultados?
¿No les debían servir de poderosa ayuda los fueros y privilegios que gozaban? Fueros y privileguos que ayudaban en gran manera a los estudiantes de que nos ocupamos, como puede verse leyendo los estatutos de la Universidad de Salamanca.
Finalmente, la vida aventurera de nuestros antecesores, las simpatías que por doquier les acompañaban, los celebérrimos manteos, mudos testigos unas veces, y grandes encubridores en otras, y la fama de tunantes que gozaban, fama, que en forma de proverbio, llegó a nuestros días para escarnio u baldón de los presentes, todo contribuía a que las aventuras estudian tiles fuesen lás frecuentes y animadas, y a que casi toda la Universidad perteneciese a la clase de estudiantes que describimos, siendo el contento de las niñas y alegre desesperación de las viejas.
No concluiremos estas líneas sin dar consejo a los estudiantes y hacer al público una advertencia.
El consejo es que no aspiren a figurar como calaveras pues, si era necesario antiguamente para ello tener talento, hoy es indispensable ser un genio calaveresco.
Y la advertencia, que en este, como en los cuadros sucesivos, me propongo describir tipos generales sin fijarme en ninguna individualidad...».
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Imagen:
Segunda Calavera Estudiantina. Facsímil comprado por el autor. México. Ca. finales del siglo XIX- primcipios del XX.
Fuentes:
- Real Academia Española. Diccionario de la Lengua Castellana. Joachín Ibarra. Madrid. 1780. Pag. 175. En: Martín Sárraga, FO y Asencio González, R. Diccionario histórico de vocablos de Tunas y Estudiantinas, así como de escolares del Antiguo Régimen. TVNAE MVNDI. 2014. Pag. 36 y ss.
- de la Vallina, IF. El estudiante calavera. En: El Apolo, revista semanal de ciencias, literatura y artes. Año I. Número 5º. 03-12-1866. Pags. 5 y ss.
Publicación: 11/10/19