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TUNA Y ARTE
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Del disco nonato

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Del Disco Nonato

 Eduardo Maestre Cuadrado transp

Eduardo Maestre

 

¡Si Fortuna me diera a mí un doblón

por cada vez que he oído “Eduardo, escucha:

hay que grabar un disco”, en una hucha

del tamaño de Marte o de Plutón

no cabrían tantísimos doblones!

Yo sería… no rico, sino Creso!

Tendría el pelo negro, y menos peso.

Y, claro está, cero preocupaciones!

Pero no ha sido así: me sigue el Fisco;

Hacienda me ha empurado; como el banco;

estoy igual de gordo; el pelo, blanco.

Para colmo, no se ha grabado el disco!

Al principio pensé: qué error tan vano;

que esas trece canciones diamantinas

-que podrían sonar claras, divinas-

nunca las vaya a oír el oído humano…

Si hace 23 años publicamos,

para asombro del orbe, El Desafino,

el disco más gallardo y más supino

que una tuna dio al mundo que habitamos;

si las tunas de España lo exprimieron,

las de Méjico, y las de Venezuela;

si en Colombia se enseña hasta en la escuela

y a YouTube mil versiones se subieron,

¿por qué no hacer, ahora que sabemos

tocar, cantar mejor, un disco, tal,

que el futuro lo juzgue sideral,

aunque muchos, para oírlo, ya no estemos?

Todo eso cavilé en mis horas sueltas

de afanes cotidianos. Mi persona

iba al trabajo, y luego, al Mercadona,

y siempre con el disco dando vueltas.

Mas no pudimos, pese a abrir las puertas

a la flor y a la nata musicales

de la Turquesa: bandurrias magistrales,

laúdes hermosos y guitarras ciertas.

Lo intentamos! A fe, que lo intentamos!

Catorce o quince tíos se juntaban

en el local de JuanPi, y ensayaban

las trece piezas que seleccionamos.

Luego, se nos abrieron los abismos,

y aunque escogimos los músicos mejores,

lo cierto es que esos diez, quince señores

en cada ensayo nunca eran los mismos.

Las diez de la mañana, y ya ensayando!

Y puntual, Don JuanPi abría. Entonces,

más o menos, a eso de las once,

aparecía el segundo, preguntando:

“¿Hay ensayo?” Y, luego, ya, el tercero,

que llegaba a las once y veinticinco

decía, asegurando con ahínco:

“Hay ensayo; seguro, compañero!”

Y ya, a las doce y cuarto, si no fallo,

llegaban los demás, y a cuentagotas.

Luego, había que fumar, porque te agotas

tras diez minutos de tan arduo ensayo!

Y al final, a las dos (el cuerpo roto

de tanto darle a la canción de marras),

ya guardando en su funda las guitarras

llegaba Antonio el Pulpo con la moto.

“Coño, Antonio, ¿qué pasa, has madrugado?”

-Manuel Bascón decíale, sarcástico.

Y Antonio, cuyo tiempo es muy elástico,

sorprendíase: “¿ya habéis ensayado?”

Y así, entre cafés, cerveza y gente

entrando allí, y saliendo, como hermanos,

de tocar no nos dolían las manos,

mas lo pasamos estupendamente!

Mas llegó el fin de curso. Estaba claro

que no era buen momento: era a destajo;

muchos tenemos críos, y el trabajo…

Y para colmo de males, lo de Amaro.

Así que lo paramos sine die.

El watshaap cuatro meses lleva mudo:

un chat que era un ambiente cojonudo

se mutó en un erial do nadie ríe.

Tres meses me ha costado comprenderlo:

no nos faltó el empuje, ni las ganas,

ni el coraje; que no es por peinar canas

por lo que no pudimos emprenderlo,

sino que ya no somos lo que fuimos:

jóvenes y solteros, sin trabajo

a los que le importaba un gran carajo

llegar tarde a su casa; que sufrimos

por no poder echar muchas más horas

a algo tan ocioso y mamandurria

como estudiar en casa la bandurria

y, luego, ir a cantarle a las señoras!

¿Ésos? Ya no lo somos! No, queridos!

Ésos que éramos antes, son, ahora,

éstos de pelo negro y voz sonora

que aquí están, bien comidos y bebidos!

Aceptémoslo ya: somos muy viejos.

Los nuevos tienen ya claros sus planes,

y aunque parezcan unos ganapanes,

son nuestra juventud vista de lejos.

¿Empeñarse en el disco? Un sinvivir;

un Santo Grial de juventud perdida;

un grito a la vejez; una estampida

de sombras que se niegan a morir.

Quiero deciros, como un haz de luna

en mitad de esta oscura y grave noche,

que intentar otro disco fue un derroche,

mas un derroche de amor hacia la tuna!

Que lo intentamos; que todos lo intentamos,

que construimos un sueño de sonidos.

Que no faltó corazón; que sus latidos

fueron siempre a compás cuando ensayamos.

Pero somos ya sombra, éter, miasmas

que aún no saben que flotan en el aire

de otra Filosofía jovial, cuyo donaire

nos convierte de facto en sus fantasmas.

Y esta plaza espectral en la que estoy

ante esta audiencia a la que me dirijo,

me acoge en su regazo como a un hijo,

como a un fantasma más, que es lo que soy.

Siendo, como fui siempre, categórico

y tajante (nunca lo he discutido),

confieso que jamás me había sentido

como hoy me siento, tan fantasmagórico.

Y ya que los fantasmas beben luz,

bebamos del licor que da la Luna.

Si hay que brindar, que sea por nuestra tuna!

Seamos fantasmas, mas de Santa Cruz!

 

Tenorio, 2018.